jueves, 18 de febrero de 2016

Entrega sin retorno.

Soy el marido cornudo de Pili, la hermosa y caliente mujer que,
desde hace tiempo y como ya os he contado en cartas anteriores,
tiene como "novio" a Domingo.

La anterior Navidad, volvía a entristecer mi relación con Pili tras
la partida de Domingo con su familia. Iban a ser quince días de
separación, tedio y melancolía.

Mi morena esposa, de enormes ojos marrones y mirada oblicua y
aterciopelada, nunca me había parecido tan hermosa. Realmente
Domingo, su hasta entonces "novio", la había mejorado en calidad y
cantidad en esos siete meses de "noviazgo". Había puesto cuatro
kilos en su fina anatomía. ¿Como había estado tan ciego antes de
fijarse él en ella?.

Si os dijese que me parecía, anteriormente, feúcha. Un "callete"
pensaba que tenía por consorte. Por efecto de una leve miopía no
quería nunca ponerse sus gafas que la hacían tan interesante.

De nariz encantadora y casi recta con la frente, cara de óvalo
perfecto y boca tiernamente sensual, siempre dispuesta a sonreír, a
desarmar a cualquiera.
Nunca me había fijado suficientemente, en los ocho años de feliz
casorio, como revelaba su blanquísima hilera de dientes sin mácula
al sonreír.

¿Como he podido ser tan gilipollas de encontrar siempre más verde la
hierba del vecino que la mía?.
No había visto suficientemente bien su cuerpecito firme y esbelto,
de curvas armoniosas, de poco pecho pero de piernas muy espléndidas
y perfectamente moldeadas.

Nunca hubiese imaginado que una hembrita de tan solo 1,56 y 50kg,
con un aire despabilado y maneras a veces demasiado corteses,
estuviera con el que se la venía zumbando más de medio año seguido.

El cortejo, fase mágica e irrepetible en toda historia de amor y
pasión puros, duraba, como sabéis, siete largos meses pero, por fin,
la otra tarde en nuestro piso, Pili decidió que cambiásemos los
papeles.

El paripé de la ceremonia fue una nueva experiencia feliz y
entretenida para los tres e incluso arrebatadora para mí que pude
hacer de maestro de la ceremonia entregando mis derechos de marido a
Domingo en una breve boda, entregando todos los poderes a mi
sustituto y renunciando yo, tan enamorado de mi lozana y vital Pili,
para siempre pero sin perder, por supuesto, mis obligaciones en
particular en las ausencias del macho.

Todos mis anteriores privilegios y derechos se borraban sin piedad
de mi memoria para dar paso a otras notas más trascendentes y
sutiles.

El presente triunfa de la manera más fulgurante. El presente tiene
el rostro radiante y fornido de Domingo fundido con el cuerpo
marmóreo y menudito de Pili. Dicen que cada hijo viene con un pan
bajo el brazo, este, algo madurito, lo ha hecho con un barra de kilo
entre las piernas.

La espontánea frescura de la que ahora es escuetamente "su mujer",
la fascinación sexual de mi ex-esposa, una fascinación apetitosa que
sólo me había pasado desapercibida en mi periodo de ceguera mientras
ellos estaban chingando tan a gusto, ahora volvía a estar latente
como una fruta madura en sazón, cuyo sabor es sólo suyo y muy
difícil de definir, tal vez como una especie de regusto perverso que
dan los cuernos puestos.

Hemos pasado días encantadores. Al menos un servidor. El viaje de
novios ha sido para mí, puesto que él ha marchado con su prole y su
verdadera y real esposa a otra provincia. Pili se ha quedado conmigo
en casita esperando el retorno de su verdadero amor. Ella está
colada por él. También Domingo tiene el aire de estar encoñado con
Pili.

Lo que para alguien pueda parecer malo y hasta absurdo, para mí son
noches deliciosas, de una intensidad hecha de muchas pequeñas
atenciones a mi ex.

Si no son recíprocas por su parte, al menos por la mía son sinceras,
de ternura y de sensualidad.
Cuando acabamos de cenar ambos quitamos la mesa, vemos la tele en el
sofá, una versión picante en ausencia de Domingo, el "actual" de
Pili, y a la hora de ir a la cama tienen lugar las confidencias.

- ¿Como te parece que vamos en cuanto a sexo, ex-marido? - quiso
saber el otro día Pili.
- ¡Muy bien, de perlas! - respondí con una sonrisa en mi rostro aún
acalorado de haberme hecho una paja viéndola como se acicalaba en el
baño.
- ¿Te das cuenta, querido Luis, que ahora estoy en adulterio... qué
hago aquí sola contigo, si con el que ahora estoy casada y es mi
auténtico marido, está a tantos kilómetros?. ¡Tú eres simplemente un
ligue... que digo un ligue... eres mi sirviente, mi asistente!.
¡Desde hoy dormirás en la otra habitación!.

Aquí mis celos retrospectivos volvieron a aflorar. Consentí en
dormir en la habitación de huéspedes pero insistí en que me contase
más cosas de ellos.

- ¿Cuantas veces lo habéis hecho sin yo saberlo? - pregunté.
- No lo sé, no las he contado y aunque las supiera no te las diría,
eres demasiado indiscreto y lameculos. ¡Eso es particular y privado,
cabrón! - contestó muy seria.

Ella estaba sentada frente a mí. Había cruzado las piernas y me
mostraba los muslos, pícaramente, hasta la mitad.
Sonreí. Aquella visión tan agradable para un enamorado rechazado,
menospreciado y casi desesperado de amor, me trajo sin remedio a la
mente un recuerdo que me devolvió a la época en que nuestras
relaciones navegaban por el agua tranquila del convencionalismo.

Pili quiso aprovechar el fin de semana para ir de compras de "reyes"
para su amor y mientras, me dijo, yo aprovecharía para hacer
limpieza general de la casa.

Esa misma mañana encontré, entre las sábanas de la cama matrimonial,
algún cabello perdido de ella, algún pelo del pubis de mi amada.

Sentía aún el calor de su cuerpo y percibía su grato olor, algo
fuerte, a chocho falto de leche, ese olorcito que echa mi Pili
cuando está en celo.

Me desnudé y me metí en la cama, todavía deshecha. Encontré por
sorpresa sus bragas de seda adornadas con dos preciosas rosillas
escarlata en sus extremos. Las recogí como si fueran una preciada
reliquia.

Tras desdoblarlas, las besé, las desplegué en su totalidad, les di
varias vueltas entre mis dedos y las olfateé con fruición varias
veces como un sabueso, como si quisiera retener el más sutil,
sublime y huidizo de los perfumes femeninos.
Luego oprimí la prenda contra mi cara hasta cubrirme los ojos y
embriagándome, rompí en un leve llanto.

Estaba claro que bajo los pocos centímetros cuadrados de tela
todavía húmeda, había pernoctado y palpitado el joven y gordo pipón
de la cálida vagina de Pili. Olí aquella prenda delicada como un
perro, buscando el precioso aroma del chocho de Pili, amada y
reverenciada más que nunca, muchísimo más que antes y, por
desgracia, perdida para siempre.

Busqué aquella mezcla sutil, embriagadora, afrodisíaca y dolorosa al
mismo tiempo, de secreciones secretas, de flujos naturales, busqué
aquel aroma tan peculiar que anidaba en un punto preciso de las
braguitas y cuando lo hube hallado, lo aspiré con toda mi fuerza
pulmonar, con la esperanza de obtener un consuelo y tuve la
sensación de algo muy vivo que, en imperceptibles efluvios, entraba
en mis fosas nasales desde las más recónditas entrañas de la mujer
que amo, de la relación amorosa que me queda con ella cuando, en
realidad, no hago más que exasperar de ese modo el deseo carnal de
mi pituitaria insatisfecha durante casi dos semanas y, en
consecuencia, avivar el doloroso pero feliz tormento que de ello se
deriva.

Hasta el otro día, siempre había encontrado sus bragas bien lavadas
y que sólo olían a "colada".

Sólo la casualidad o el destino me han podido permitir al fin
alcanzar el soñado salto de calidad. Apreté contra mi corazón herido
el precioso y carísimo talismán, postrero recuerdo del bomboncito
que me ha plantado.

La imagen de Pili se me apareció de continuo, cruel y bellísima a un
tiempo, despiadada, fascinante, caprichosa e impredecible mientras
eclosionaba en un blanco y copioso orgasmo onanista.

Todavía tengo latente el fin de la "boda" del otro día. Fui testigo
presente y ausente al mismo tiempo, deseoso, hasta implorante pero
ignorado y borrado de la escena.

Pili lo desnudó ante mi atónita mirada. Después de desnudarlo
enteramente, lo besó tres veces en la boca, se dejó desvestir a su
vez y se arrodilló para besar y succionar el miembro erecto de su
nuevo esposo, a pocos centímetros de mi cara anhelante.

- ¡Que hermosa herramienta! - exclamó Pili para sacarme de mis
casillas, aguijoneándome - ¡Tienes la verga más preciosa de este
mundo, Domingo, nunca he visto un aparato tan grande, tan gordo, tan
duro, tan rico, tan bien moldeado, tan exquisito!.

Domingo sonrió burlón, satisfecho y encogiendo los hombros al mismo
tiempo que introducía la nudosa polla, perfectamente vertical y
pegada a su vientre, en la boca de su reciente y locuaz señora.

La felación en directo se alargó varios minutos ante mis propias
narices. Percibía claramente el olor del cipotón igual que mis oídos
percibían los ruidos al sorber.

Después, los "nuevos consortes" continuaron sus discursos amorosos y
ceremoniales en la cama.

Allí tuvo lugar una cópula furibunda que los dos "cónyuges" me
comentaron en voz alta. Sus palabras les excitaron a ambos, por el
placer de exasperar mis celos.

- ¡Dámelo todo... dame tu chocho... toma mi colita! - decía él.
- ¡Tómalo, amor mío... siente como te abraza, como aprieta con
fuerza tu enorme pistón... échamela toda cuanto antes, cariño! -
replicaba ella.
- ¡Sí, Pili, que maravilla... me entran ganas de llegarte hasta el
fondo, reina... toma lefa rica, que está acumulada de dos días! -
seguía Domingo.
- ¡Fóllame bien, para que aprenda Luis!.
- ¡Siéntela vibrar... como te entra... oooh... me voy... me voy...!.
- ¡Cariño, como te siento... tesoro mío, como te siento dentro... en
el centro de mi coño... oooh... como me hace gozar... préñame, hazme
tuya... gocemos juntos, mi amor, gocemos en la cara del cornudo que
se la está cascando mientras nos contempla.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario